Publicada en mi columna semanal del Diario de Centro América, 2012.
Publicada en mi libro SPAM (2013).
Reeditada, 2022.
Nunca fui a un concierto de Luis. No lo conocí en persona. Nunca viajé a Argentina para encontrármelo en un cafetín de Baires o en un recital, o simplemente tomarme una birra en Bajo Belgrano pensando en toda su música. No. Nunca me he entusiasmado tanto al escuchar a otro músico, que más o menos suene parecido a su estruendo luminoso (me refiero a Charly, Cerati o Fito que también son gloria y vendaval), pero que le deben delicadeza, fulgor y belleza a Spinetta; el siempre flaco y único flaco del rock latino.
Nunca me entusiasmé tanto al escuchar su música por primera vez. No. Nunca tuve el privilegio de echar una platicada con él sobre poesía, libros o jazz. Tampoco pude escucharlo hablar sobre Artaud, Rimbaud o Deleuze. No. Nunca tomamos vino o café –mientras hablábamos de sus primeros tirajes, del streaming o leyes de libre difusión en esta era que nos tocó llevar a ambos: la digital– a altas horas de la madrugada con un cartón de cigarros y un termo de mate bajo la luna llena o los árboles vertiginosos del sur. No.
Nunca pude ver con mi mirada pragmática y analítica alguna de sus Fender que ahora son patrimonios sonoros de la humanidad. No.
Nunca lo escuché tocar mejor que en Invisible o Pescado Rabioso. No. Nunca lo entrevisté.
Nunca estuve en su casa, balbuceando y comiendo empanadas de mozzarella fresca al ritmo de un blues, un candombe o una mazurca importada desde otra galaxia. No. Nunca escuché su voz, más que en los auriculares que compré en aquel viaje a España o en las bocinas de mi Nissan 98, a todo volumen, con la certeza que su voz era una especie de espejismo neuronal. Un santuario. Un espejismo. Un portal.
Nunca lo vi a los ojos mientras hablaba de tango. No. Seguramente sus ojos eran dos luces estallando en la profundidad del infinito como dos asteroides que lo recorren todo en un estallido de memorias aleatorias.
No. Nunca lo vi a los ojos, aún asintiendo en "Alarma entre los ángeles" del 76 que sí. Nunca le conocí una mala canción o al menos una en la que le faltara una sílaba o una armonía. No. Nunca. Nunca interpreté que Spinetta Jade o Spinettalandia fueran dos proyectos en su carrera de más de 40 años.
Nunca nada fue proyecto en Spinetta, todo fue brillo y genio. Vaivén de luz y arritmias expandidas. Vuelo exquisito de fonemas lúcidos. Marea de acordes atómicos. Lluvia de imagen. Poesía en combustión. Magia pura.
Hoy, a más de una semana de su muerte y con la mirada aún triste, me pongo a pensar en la música que queda a través de los años y en la vida que uno amasa a través de ella. Pienso en las noches con Caro, Charly, Simón, Farah y otros amigos con los que escuchar Spinetta era como escuchar a un ruiseñor galáctico en los momentos más irrepetibles de la vida.
No conocí a Spinetta, es cierto, pero siento que sí.
Ahora El Flaco se transformó en luz, música, poesía. Y lo único que me queda decir es que la magia existe a 18 minutos del sol y que los nuevos músicos le deben un homenaje eterno por tanta belleza, porque la vida es un viaje luminiscente que trasciende como las verdades absolutas del Capitán Beto.
Gracias, Flaco. Gracias por adentrarte en mi ser. Sos luz. Sos casa. Gracias.