Hay cuatro discos de los de Boston que son clave. Sus primeros cuatro: Surfer Rosa, Trompe le monde, Bossanova y Doolittle. Sobre todo este, apenas su segundo de 1989. Una joya que influenció tanto. Hasta podría decir que sin este disco no habría grunge ni un Radiohead estrepitoso del Pablo Honey, 1993.
Los Pixies venían de sonidos estrambóticos, oscurones y delirantes muy a lo Sonic Youth con psicotrópicos tristes; pero en este disco se destraban del sonido sucio, la melancolía down, el underground, la distorsión dispersa y sobre todo de los estribillos “congruentes” que acompañan acá muy bien con cadencia, euforia, profundidad y hasta sensualidad.
Cada rola es pulcritud, cambios de ritmo, plétora, ciencia ficción, devastación sonora, mucha ternura silábica y un pop amasado con estilismo fortuito. Discazo. Mi favorito.
Un disco que inspiró a Kurt Cobain, Thom Yorke, Damon Albarn, Billy Corgan, Brian Molko -y créanme que la lista continúa-. Un disco parteaguas. Ultra generacional. Alternativo. Mítico. Épico.
Los Pixies me parece una banda de culto tanto como Broken Social Scene o Yo La Tengo. Además, este disco definió las bases sonoras de un estilo único y disidente: líneas de bajo sublimes, voces espontáneas y poderosas, reefs concretos y una base rítmica exageradamente bien.
Los cuatro se amalgamaron perfectamente, pero Black Francis y Joey Santiago estaban tan conectados en este disco que sorprende mucho, mucho, mucho.
Mis favoritas: “Tame”, “Gouge away”, “La la love” , “There goes my gun” y “Wave of mutilation”. Pero también las más pegonas y comerciales “Hey”, “Debaser”, “Here comes your man” a lo Beach Boys y “Monkey gone to heaven” con un sonido muy The Stone Roses que definiría un vasto universo de bandas que vendrían después.
Hermosos los Pixies. ¡Qué sonido más hermoso y adelantado.
Todo hermoso, hermoso, hermoso. ¡Hermoso, dije!
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