La poesía nos abraza, nos arrastra, nos arrulla, nos transforma, nos documenta. Desde el Poema Gilgamesh (Sumeria, siglo VII ac) o el Shijing/Libro de los poemas (China, dinastía Zhou del siglo XI al VI ac), la poesía ha sido un refugio y una manera de respirar, ver y sentir el mundo. Sobre la poesía escrita por mujeres hay toneladas de caracteres escritos —y por escribir—, pero acá te comparto 6 poetas "punk" que cambiaron mi forma de ver el mundo y que dejaron un legado transgresor hecho poesía. ¡Gracias, ídolas!
Patti Smith (1946)
Antes que música, activista y "madrina del punk"; Patti Smith es poeta. Sus primeros libros salieron antes que llegara el enérgico y esencial Horses de 1974, un disco que arrasó con todo y la puso al frente como una de las mujeres icónicas más influyentes. En Horses, música y poesía se unen con una transgresión única que funciona bien. El leitmotiv: voz potente, alarido y femeninidad. Su ávido descubrimiento de la poesía la marcaría por siempre. Ginsberg, Burroughs, Rimbaud, Blake, Plath, T.S. Elliot, Whitman fueron su epicentro... lo demás fue historia. En su biografía Just Kids, hay un balance exacto entre anécdota, narración y amor; pero en sus libros Babel, Séptimo cielo o Augurios de inocencia está su verdadera esencia poética que seguirá nutriendo ese desdén beat que dejaron les poètes maudits: «Así es como vagamos por el campo helado / descalzos y con las manos vacías / apenas humanos / Sorteando un desierto / que aún no conocemos / aquí es donde el tiempo se detiene / y no tenemos adónde ir». Yo no fui punk, dijo una vez.
Alejandra Pizarnik (1936-1972)
Esta argentina era un universo oscuro y lleno de dibujitos con estrellas difusas que intentó —a lo largo de su vida— aclarar con muchos poemas automáticos, herméticos y diarios contundentes. Sumergida —desde siempre— en una depresión casi infinita, escribió siete poemarios exquisitos desde la trinchera del dolor, la contradicción, la baja autoestima y la desesperanza. En el París de los sesenta hizo grandes amistades que le dieron felicidad: Simone de Beauvoir, Julio Cortázar, Octavio Paz... pero la muerte de su viejo, la adicción a las pastillas y el tormentoso huracán que llevaba dentro la sometieron a intentos de suicidio que, remató al final, con una ingesta de 50 pastillas irreversibles en una breve salida del siquiátrico. Tenía 36 años, fans que terminaríamos convirtiéndonos en millones y un lenguaje muy particular que la convertiría en referencia, fascinación y leyenda. En la pizarra de su "habitación propia" encontraron sus últimos versos: «no quiero ir / nada más / que hasta el fondo». Así de contundente era Alejandra.
Sylvia Plath (1932-1963)
También desde el dolor y el sufrimiento, ésta norteamericana logró trascender con poemas narrativos de su único libro de 1960: El coloso. Como siempre pasa, su obra tomó relevancia y fama después de muerta. En 1981 se publicaron sus Poemas completos con los que ganó el respetado Pulitzer y con los que Sylvia alcanzó el cielo literario con una exquisitez de obra llena de polaroids, razón, sin razón, absurdo, transgresión, fragmentos de su día a día y largas observaciones en silencio que fueron transformadas en lenguaje propio —muchos dibujos— y el gran ultimátum a su meticuloso adiós: Preparó desayuno a sus dos hijos, lo dejó junto a la cama mientras dormían, trabó la puerta para que no pudieran salir y, ya en la cocina, abrió la llave del gas y metió la cabeza en el horno. Tal como lo describen Los Tres en aquella rola hermosa y después Café Tacvba. De su clásico Carta de amor escribió esto: «Si ahora estoy viva entonces muerta he estado, / aunque, como una piedra, sin saberlo, / quieta en mi sitio, mi hábito siguiendo». Tenía 31 años.
Anne Sexton (1928-1974)
La poesía de Anne Sexton es autobiográfica, visual y llena de insights poderosos con un ritmo excepcional. Hay mucha culpa, vacío, sexualidad, maternidad, pérdida, desesperación y desaforada emoción con la que fue acusada varias veces de "loca". Desde que leí su Poesía completa quedé impactado por su discurso confesional cargado de imágenes obsesivas con desilusión y muerte. En vida publicó poemarios de los que resaltan All my pretty ones y el aclamado Live or die con el que ganó el Pulitzer en 1967. Aunque su vida estuvo al margen de los inicios del movimiento feminista, vivió la opresión de género sintiendo culpa por no ejercer las tareas domésticas que la sociedad exigía como escribió en su Transformations —cuentos donde los finales felices están llenos de humor negro—. Después de varias visitas a siquiátricos, terapia, hipnosis, drogas, guaro y una interminable relación con el suicidio; la catarsis final de Anne llegó sentada en su carro en el garage, a meses de publicar su próximo libro The awful rowing toward god. Era su décimo intento de suicidio, del que alguna vez escribió: «La muerte es un hueso triste, lleno de golpes, dirías, / y a pesar de todo ella me espera, año tras año, / para reparar delicadamente una vieja herida, / para liberar mi aliento de su dañina prisión». Tenía 45 años y dos hijas. En su mano: un vaso de vodka. Y vestía el abrigo de su mamá.
Anaïs Nin (1903-1977)
No todo es sufrimiento en la poesía ni tampoco la poesía son solo poemas. El placer, el erotismo y acumular páginas de anécdotas es un único privilegio que se dio esta escritora francesa de ascendencia cubana-española que llevó al límite su escritura como una película que nadie nos ha contado nunca. En cada página de sus diarios —que escribió desde los once años— nos llena de vida, descripciones minuciosas y observaciones poéticas sobre infinidad e intimidad de sucesos que la llevaron a vivir su femeninidad (en una época donde los prejuicios de género y la infravaloración a mujeres artistas era "pan de cada día" como lo dice en sus Diarios). Cada uno de éstos —publicados en diferentes épocas— la llevaron a la estratosfera literaria y es de mis lecturas favoritas. Está de más decir que conoció la intelectualidad más furtiva de su época y que no solo la conoció, sino la enfiestó. Quizá Anaïs no tenga nada que ver con punk, pero su obra me parece transgresora en muchos sentidos. Su obra fue el punto de partida y un parteaguas para que las mujeres empezaran a abordar el erotismo como un género literario. Sí, su obra es narrativa, lo sé, pero la poesía que desborda de ella es alucinante: «El erotismo es una de las bases del conocimiento de uno mismo... y es, tan indispensable como la poesía». Está de más mencionar a Miller, pero esas cartas que se escribieron mutuamente son indispensables para cualquier lectura erótica/amorosa que quieran tener.
Anna Ajmátova (1889-1966)
Sabemos la larga tradición de la narrativa rusa: Dostoyevski, Tolstói, Korolenko, Goncharov o mi favorito, Chéjov. Pero muy poco sabemos de su poesía. Cuando leí mi primer poema de Anna a los 25 años quedé absorto. Sentí su soledad, su inquietud y su desconcierto. Pero también sentí esa necesidad de hacer bloques de condensación estructural a través de sus poemas. Una manera de contar una historia, pero a través del vahído que te da el ritmo del lenguaje. Su libro Réquiem publicado apenas tres años antes de su muerte y El correr del tiempo, son la suma de mucha de su obra publicada un año antes de morir de cáncer. Eso porque toda su obra estuvo silenciada y censurada por el régimen soviético —aunque estuviera llena de luz y abstracciones poderosas—. Prohibida y acusada de traición, escribió desde la soledad y acumuló mucho por contar. En cada poema hay estruendo narrativo como en este: «¿Dónde están ahora aquellas compañeras del azar / de mis años de infierno desnudo? / ¿En la borrasca siberiana cuál es su soñar / que imaginan en el círculo lunar? / A vosotras envío mi adiós y mi saludo». Touché.
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