Publicado en Revista Universidad de San Carlos de Guatemala
(Junio 2015, seis meses antes de su muerte)
Fotos: Eny Roland. Modelo: André Fong
And I... I'll drink all the time...
Heroes, 1977.
Todos tenemos un Bowie que idolatramos, odiamos, amamos y celebramos a nuestra manera. Un tipo que nos inunda el corazón con salvaje ternura y genio; que nos paraliza los sentidos con maquillaje, lentejuelas y euforia sonora, visual, visceral. Todo esto y más es BOWIE. Pero cada quien tiene "Su Bowie". Y es así.
Tu Bowie no tiene nada que ver con Mi Bowie, o tal vez sí, pero en una dimensión everettiana que estruja toda la música hasta desaparecerla y atomizarla en diminutas partículas enteógenas que contienen todo el funk, rock, soul, pop, krautrock, techno, electro, glam o sicodelia de la historia.
No es fácil asimilarlo de un solo cuentazo. Poco a poco a poco se digiere como ayahuasca exquisita, tacha soluble, pepa tranqui y; todito el panorama va cediendo poco a poco hasta hacerse entender. Enloquecer.
Digamos que Tu Bowie puede ser la ecuación perfecta del algoritmo musical que Bach o Bartók o Brahms tenían trabado en la modorra intelectual que los agitaba y matematicalizaba todo el tiempo. En mi caso, mi Bowie es más denso porque tiene que ver con omniprescencia cotidiana y vacuidad infinita. Una especie de estalagmita que se erige desde el epicentro de la tristeza y explora los universos más desolados del "yo" con una cuasi incierta felicidad exquisita («Far above the Moon, Planet Earth is blue and there's nothing I can do», Bowie dixit).
Por otro lado, puedo imaginar que Tu Bowie y Mi Bowie están profundamente conectados. No lo dudo. El tuyo seguramente es un Personal Jesus que todo lo puede hasta en los tiempos más difíciles, donde sacar agua del pozo creativo es una mera tarea lógica que por necedad hacemos sensible. Pero, a ver, vamos por partes; porque el mío es más acelerado y sicodélico. Un hipster bruto en drogas duras, pero despierto. Y, además, un Bowie Gnomo que todo lo convierte en magia, alquimia... y locura.
«Mi Bowie tiene tres episodios cruciales que extrapolan situaciones y circunstancias disímiles totalmente encantadoras con el entorno, pero que pueden ser totalmente devastadoras a priori. Porque la música... así es».
Desde que el Duque Blanco me infectó con su ruido blanco (al igual que el Capitán Beto AKA Spinetta) una hiedra sonora me sigue inyectando poesía, ternura y asombro. Por eso Mi Bowie tiene mucho que ver con tiempo—espacio—crecimiento y, más o menos, así fue el acercamiento:
1) Adolescencia
2) Irreverencia
3) Conciencia
De estos tres episodios puedo contarles que está completo Mi Bowie. Un tipo tierno, singular, atemporal, inspirador, poético, multifacético, transgresor, sui generis, fantástico, épico, lumínico, oscuro, hermoso.
Todo en él formula vibraciones sinfónicas y experimentos valiosos que inspiraron T O D O, muchas gemas sonoras que han sido "palpitar" en la historia: Ian Curtis (Joy Division), Jarvis Cocker (Pulp), Robert Smith (The Cure), James Murphy (LCD Soundsystem), Kurt Cobain (Nirvana), Brian Molko (Placebo), Freddy Mercury (Queen), Lou Reed (The Velvet Underground), David Gahan (Depeche Mode), Trent Reznor (NIN), Alex Turner (Arctic Monkeys), Morrissey (The Smiths), Marilyn Manson, Lady Gaga, Vanilla Ice, Beyoncé, etcétera, etcétera. Su influencia es atómica e innegable. Y eso se lo agradezco enormemente.
1) ADOLESCENCIA
o cuando Vanilla Ice y MC Hammer inundaban los repasos con mocasines Giorgo Bottinelli y pantalones pachucos Mellow Man Ace.
Sucedían los noventa con esas fiestas seudo infantiles en las que los nenes hormonales se ponían frente a una fila de nenas copetudas (y también hormonales) a lo Cyndi Lauper, Flans o Madonna para bailar un sinfín de tracks que salían de una radiocasetera esdrújula. Las rolas: Los Chicos, Vilma Palma, Magneto, Timbiriche, Ilegales, Gerardo o Mellow Man Ace junto a "gringadas" que después entendimos que también eran inglesas: Technotronic, Ace of Base, New Order, Erasure, Pet Shop Boys, etc.
De Vanilla Ice retumbaba "all right, stop, collaborate and listen...", Robert Matthew Van Winkle dixit. Acá la línea rítmica era tan pegajosa que solo daban ganas de bailar y mover a cabeza. "Casual", estaba inspirada en la hermosa Under Pressure de Mercury con Bowie. Algo que Vanilla Ice repetiría en samples y samples con la homónima Fame de su siguiente disco motero: Rollem Up. Era obvio. Todo músico, incluso Prince, era fan de Bowie. Y, así, mientras el rapero homenajeaba con sus samples al gran Bowie, una parte de mi niño adolescente se adentraba en lo que sería mi primer encuentro o acto (aún desconocido) con toda su influencia, fuerza y genio.
2) IRREVERENCIA
o cuando los Maxell cromados eran lo mejor del universo
Tenía quince años, jugaba básquet queriendo imitar a Michael Jordan y por las tardes escuchaba Nirvana, Pearl Jam, STP y todo el menage-grunge de la época, mi época. Todo era incierto, raro y pasatiempo.
Después de los entrenos mi mamá pasaba frente al colegio a recogerme. Ya en el carro abría mi mochila y metía uno de mis dos casetes favoritos en el estéreo: Nevermind o el MTV Unplugged. Ambos de Nirvana.
«La estridencia de Cobain me hipnotizaba junto al bajo lumínico de Novoselic y el retumbo asesino de Grohl».
Todo en la música de estos tres de Seattle era delirio contenido, un tsunami; en especial con las versiones acústicas que parecían más melancólicas que todas las de Chopin, Liszt o Schubert juntos. Siempre fui melancólico y, ahí estaba el secreto que me conectaría con Bowie por siempre. De toda esa resonancia rebelde y colmada de ternura me encantaba rebobinar The man who sold the world sin saber que era una rola de este canchito existencial que había transformado los ejes sonoros de la música décadas antes.
Años después, con la llegada del Internet por fin pude escuchar la canción original que los peluditos de Nirvana guardaron como leitmotiv de su historia. Pasó mientras la descargaba en Kazaa y Audiogalaxy, ya cuando los Maxell cromados habían pasado de moda funcional.
Poco a poco, rolas como Space Oddity, Heroes, Diamond Dogs, China Girl, Modern Love, Sorrow, Let's dance, Sound of vision o Changes se convertían en piedra angular de mis recién cumplidos veintidós años. Para celebrarlo, ese cumpleaños me mandé a imprimir una camiseta con Bowie y Cobain yuxtapuestos. La perdí en un viaje a Barcelona mientras probaba por primera vez el ectasi. Buen recuerdo. Mal pulso.
Recuerdo que ese cantadito de Kurt lo reconocí años después en Ian Curtis de Joy Division cuando metí diez carpetas de postpunk a mi disco duro. Un HP compacto de apenas 128 GB. Imaginen cuánta música cabe en el jacket o en la memoria del corazón. Igual, también lo perdí. Una ex se lo robó magistralmente.
3) CONCIENCIA
o cuando las fiestas duras duraban hasta el amanecer y la resaca era algo que se quitaba bailando postpunk
Pasé mis veintes descubriendo música. Llegué a mis treintas con un cúmulo de fiestas que recuerdo como un rayo alentador. De fiesta en fiesta me la pasé aprendiendo nombres de bandas y rolas que estimulaban a la Encarta Musical de los años primerizos. La lista es enorme, pero empezó con cinco que son epicentro del poema: Joy Division, The Cure, Depeche Mode, Placebo y LCD Soundsystem. Por estas cinco conocí a otras cinco y a otras cinco y, así, a otras cinco más. Siempre más influenciadas por el Camaleón.
De madrugada en madrugada fui empapándome de todo eso que significaba él para cada instante.
Todos los ochenta. Todos los noventa. Todo me parecía tener un halo melancólico con el mejor sonido del Ziggy setentero. Incluso NIN, Arcade Fire, Interpol, Friendly Fires, Franz Ferdinand, Arctic Monkeys.
Así, poco a poco a poco, me fui dando cuenta que hay quienes todo lo inspiran y lo habitan. Los Morrison, los Dylan, los Barrett. Con el tiempo se me fue pegando más de lo que quisiera. No porque no me mueva, sino porque su genio te inyecta y no te suelta: Low, Heroes, Station to Station. Esa Trilogía de Berlín es un vendaval arrollador, un DMT convulso, un tecno adjetivo que no se va a repetir.
Todo en Major Tom es un ejercicio necesario y urgente, una fuerza que detonó el estruendo. Una especie de vara que mide lo que es bueno en el after. Y en la vida. Y en el amor. Y en el desamor. Etcétera.
¿Discos favoritos? Todos. Sobre todo estos.
Y si elegís una rola, esta con James Murphy de LCD Soundsystem.
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