Publicada en mi columna semanal del Diario de Centro América, 2011.
Vivir es un ejercicio que sabemos de memoria. Una ecuación gastada y deshilachada de nueve a cinco. Una fórmula cotidiana que nos aburre, pero nos encanta. Vivir al fin de cuentas es una interrogación constante. Una costumbre eterna, insípida y regañona. Un viaje que no conduce a nada, excepto a la muerte.
No sabemos nada del futuro y lo único que tenemos, en este presente también incierto es un costal lleno con babosadas del pasado que hay que soltar y una larga lista con pendientes que a lo mejor, nunca alcanzaremos.
Vivir es complicado, no nos demos paja. Vivir nunca ha sido fácil, pero es que la facilidad y la felicidad son dos cuentas bancarias que nunca heredamos para nuestra dicha diaria. Al final, estas dos palabras parecidas están muy distantes de significar lo mismo. La felicidad, en todo caso, debería ser algo más relevante y no un electrodoméstico que se ve reluciente a través de una vitrina o un celular con diseño ergonómico y procesador rápido, que selecciona canciones al azar desde redes sociales y balbucea sonidos que matan mosquitos.
No. La felicidad debería de ser mucho más que eso. Por eso uno busca felicidades inmediatas, breves y menos complicadas que se adapten a nuestras realidades. Yo, personalmente, encuentro felicidad en las cosas simples. Esto es algo muy literal, partiendo de lo que decía Borges sobre la felicidad, que al final se rige por instantes y punto. En los instantes habita la esencia de la felicidad. Y ésta, no tiene misterio.
Yo soy feliz, por ejemplo: Cuando escribo. También soy feliz cuando hablo de literatura, cuando cocino y doy clases, cuando veo placer en las miradas ajenas. Soy feliz cuando escucho música, cuando conozco gente, cuando leo, cuando converso con un niño, cuando aprendo cosas nuevas, cuando creo vínculos con personas que no conozco, cuando monto una bicicleta, cuando veo el mar, cuando viajo, cuando siento el viento, cuando como un helado, cuando converso con mi abuelo (QEPD), cuando veo una pintura de Tún o Miró, cuando doy un beso o recibo una caricia nueva, cuando la mujer que me gusta sonríe, cuando leo frasecitas Zen que son tan obvias. En fin, soy feliz en pequeñas dosis diarias. Cotidianidad que me parece poética, porque el universo es de cada quien y cada quien lo asimila como se le antoje. Para mí, la poesía es esto: "Un zumbido etéreo que lo habita todo". Así lo escribí en algún libro.
Por eso mismo todo es "poesible" como mencionaban de mí el domingo pasado en una entrevista de un diario.
Y es que es cierto, todo es "poesible". Todo depende de cómo queramos verlo. La poesía es para mí lo que la madera es para un carpintero o la economía para un financista o el concreto para un arquitecto. Pero bueno, no nos pongamos aburridos y densos, que ya tenemos suficiente con la Ley SOPA.
Mejor pregúntense: ¿Soy feliz con lo que estoy haciendo? Deseo que sí.
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