La difusión del jazz en Guatemala no es la que quisiéramos. Tiene que ver con la carencia de escenarios, la infraestructura de la industria local, el apoyo y sus protagonistas. Sin embargo, hay artistas como Dina que no se han detenido ni un segundo para seguir creando. Ella nos confirma en cada sonido que es una gema brillante. Y qué aun falta camino.
Con la pandemia instalada en nuestras vidas cotidianas y todos los efectos que esta produjo, lejos están los espectáculos públicos, las oleadas de emoción en los conciertos y la agitada agenda de festivales como el legendario Guatemala Jazz Festival que hacía el IGA año tras año o el lejano Manifestarte en el Cerrito del Carmen.
A pesar de todo esto, la jazzista y multinstrumentista Dina Ramírez, lanzó disco nuevo este año.
Con 25 años y tres álbumes en solo cuatro, Dina confirma la excelente decisión de dejar su antigua banda de reggae y soul: De La Rut y la consolida como una artista completa que no ha parado de construir un presente y un futuro musical lleno de fuerza, experimentación, improvisación y solidez.
Dina es pura sensibilidad e inquietud. En cada uno de sus discos hay creatividad y concepto. Estamos frente a una música todo terreno.
Desde su primer disco #CondeDaniel del 2018, nos abofeteó con una joya hilvanada a dos notas: Do y Re, correspondientes a las iniciales del disco. ¿Conceptual? ¡Totalmente! Pensado y creado desde la brillantez.
En cada una de las rolas hay poder, sazón y poesía. Esbozos de Maceo Parker, Stan Getz, John Coltrane o Coleman Hawkins; pero la saxofonista nos inunda con nueva improvisación y esquemas rítmicos que te dejan quieto. David Batz (batería), Cristóbal Pinto (guitarra), Víctor Arriaza (piano) y Laura Pellecer (contrabajo) le ponen un toque “personal” a las composiciones de la guatemalteca. También participa el poeta Alejandro García, con quien la guatemalteca nos deja claro que hay narrativa en su música.
Un detalle genial es que este disco fue grabado en sesiones live con todos los músicos, tal como se hacían las grabaciones en los años 40 o 50. A pesar de la magia, el disco fue muy poco comprendido y difundido en un país donde la salsa, el merengue y el reguetón son los comunes denominadores en las radios. Pero eso no importó para que apenas un año después saliera su siguiente álbum: 1715.
1715 es un disco enigmático y profundo. Tiene mucha exploración de su instrumento primario y variaciones clásicas con un poder catártico. Desde la primera "1111" el sonido te engancha y no te suelta. Siguen las magistrales y aceleradas "1691" y "1425", pero también las melancólicas "1993", "1715" y "1947" para cerrar con "1965" que es una dilapidación de notas, contrastes y jammin sólido de solo dos minutos.
Los músicos de este disco son los mismos del anterior, con la variante del gran Luis Pedro González (Imox, Tijuana Love, Nina Índigo) en bajo eléctrico y Julio Oliva en trompeta.
Luego vino la pandemia, el encierro y el mutismo. Pero Dina me sorprendió con un maravilloso Tres Caras en este 2021, donde profundiza su agilidad e introspección sonora en poco más de 20 minutos.
En Tres Caras hay jazz ecléctico donde se asoman misterio, narrativa y profundidad. Cada breve canción es un aullido de exploración.
Se asoman beats extraños, sórdidos, irreverentes e insistentes. Pero también flechazos al epicentro del jazz como pasa en "Somorrostro", la bengala fantástica de "OK" y las cortísimas "6 AM" y "6 PM" que te dejan con hambre y sed de querer más. En la lapidaria "Farewell" hay una explosión neo soul vocal por Ivanna Ramírez y un piano persistente que florece como un nuevo despertar llenito de esperanza. Irradia poesía.
En conclusión, el disco me parece súper cinematográfico. Como si fuera la banda sonora de una película film noir con intensos luzazos intermitentes. Me recordó muchísimo a la película Malcolm & Marie, los experimentos de Miles Davis en los 80 y aquella banda italiana Roberto Negro Trio que les perdí la pista.
Escuchen a Dina. Síganla en redes sociales y viajen con su música. Dina es puro talento.