A más de 20 años de este clásico de Andrés (no te enamores la primera vez), un vendaval de recuerdazos me vienen a la cabeza (y al corazón) porque sin duda es uno de los discos más poderosos y emblemáticos (no solo del rock argentino, sino del rock latino en general). Pero vamos por partes (para no olvidar).
Buenos Aires, 1998. Calamaro se reúne en su estudio casero con su hermano Javier, el siempre colega Cuino Scornik y Coti para empezar a trabajar en el nuevo disco. Recién acaba de volver de España y está desarmado: otra ruptura sentimental. De esas heavy. De esas que te tiran a la lona. De esas que te hacen prender el modo fiesta, modo infierno, modo locura o modo creativo.
Ese es el propósito de la junta. Además, Andrelo viene del éxito de "Alta suciedad" y eso no puede quedarse ahí a sus 36 años. Aún tiene mucho que decir y Buenos Aires le lamerá sus heridas.
Lo que no saben estos cuatro es que se vienen sesiones y sesiones entre Madrid, Buenos Aires, Miami y Nueva York. Además del trote infatigable de fiestas, sacarse del corazón a Paloma y dos discos cansados, extenuantes, que cambiarán la historia -de la industria- de la música hispana y, obvio, de la latina.
A manera de terapia forzosa y rehabilitación insistente, el doble Honestidad Brutal alcanza los límites de la creatividad y la composición exprimida de todos los involucrados. Y en efecto, no es una obra en solitario sino más bien una terapia colectiva alrededor de Andrés, que necesita desintoxicarse del pasado.
Honestidad Brutal es una obra larguísima donde cada canción es sustento, mantenerse de pie y vocalizar todo lo escrito posible. Hay quienes lo comparan con el disco Blanco de los Beatles, y me hace sentido porque este rojo latino es mucho vino tinto y corazón y sangre a lo Blood on the tracks de Bob Dylan.
Es catarsis, clímax, desamor, ímpetu, creatividad y escupir canciones.
Una gema poderosa y abundante. ¡37! rolas intensas y el primer disco doble latino de la historia al que se le metió harta ficha, colaboraciones bien pagadas y fluidez espontánea entre pop, rock, blues, tango, funk, country, ranchera, reggae, dub, balada y mucho más… ¡Así de intenso y honesto salió el muñeco!
Pero HB también es la rumba de gira con Dylan, lo enfiestado como nunca y endiablado con el desamor encima. Andrés venía del Alta suciedad que fue un exitazo después de Los Rodríguez, pero aquí se mete en lo profundo del desamor y se transforma en personaje, rockstar, eje sonoro y grandilocuente lírico al que le salió un huracán de rolas desde el "agujero" en el que estaba. Estaba hechoverga, sí, pero el arsenal de rolas que disparó fueron tremendos salvavidas propios (y colectivos).
No me pondré a decir los más de mil aciertos del HB porque ya he escrito mucho sobre este disco y no van al caso, pero sí les digo que fue un disco que cambió la forma de apreciar la música hispana y el nuevo rockstarismo. Lo produjo el gran Joey Blaney en una época pre streaming y eso es importante.
No hay rolas mejores ni peores. Todo el disco es un registro audaz por el desamor creativo de Andrés (no te enamores la primera vez). Y sí, fue el parteaguas de su época más productiva que antecedió al quíntuple El Salmón de ¡103! rolas y luego a El Cantante con boleros latinoamericanos, etcétera, etcétera, etcétera.
Lo que vino después de eso, creo que no es tan importante.
Disco de vida y largas fiestas con madrugadas maratónicas. Además, una enseñanza: decir las cosas como son, tal cual cómo se sienten y sin complacencias o miedos tontos… con muchísima honestidad brutal. Así.
¡Ya no estamos para menos!